«Estuve quince días en París y, fiel a mis viejos hábitos, fui a caminar todas las mañanas al Jardín de Luxemburgo. Uno de esos días, encontré, tomándose un café y leyendo un periódico, a un viejo librero, que debe andar por los noventa años o poco menos y al que, en mis tiempos de antaño, solía acudir para comprar algún ejemplar5que se me había escapado de la revista de Sartre.»