07 Agosto, 2017. MADRID.- No había leído la autobiografía de Sergio Ramírez, Adiós muchachos (2007), y acabo de hacerlo, conmovido. Es un libro sereno, muy bien escrito, exaltante en su primera mitad y bastante triste en la segunda. Cuenta la historia de la revolución sandinista que puso fin en 1979 a la horrible dinastía de los Somoza en Nicaragua, una de las dictaduras más corruptas y crueles de la historia de América latina, y en la que él tuvo un papel importante como conspirador y resistente primero, y, luego, en el gobierno que presidió el comandante Daniel Ortega, en el que fue vicepresidente.
Fueron muchos años de lucha, muy difíciles, de sacrificio y heroísmo, en el que miles de nicaragüenses perdieron la vida y la libertad, padecieron torturas, exilio, largos años de cárcel, enfrentándose a una Guardia Nacional cuyo salvajismo no tenía límites. Los rebeldes eran, sobre todo al principio, personas humildes, los pobres entre los más pobres, pero luego fueron sumándose gente de la clase media y, al final, profesionales, empresarios y agricultores, y principalmente sus hijos, movidos por un idealismo generoso, la idea de que, con la caída de la dictadura, comenzaría un período de justicia, libertad y progreso para el pueblo de Rubén Darío y de Augusto César Sandino. Muchas mujeres combatieron en la vanguardia de esta revolución, así como los católicos -Nicaragua es tal vez el país donde el catolicismo está más vivo en América latina- y Ramírez describe con mucha pertinencia las distintas corrientes que conformaban esa disímil alianza de comunistas, socialistas, demócratas, liberales, castristas que respaldaron la revolución en un principio, antes de que comenzaran las inevitables divisiones..
Artículo publicado en www.lanacion.com.ar 07/08/2017. Leer artículo completo