LA DEMOCRACIA ASEDIADA,nuevo libro de Mauricio Rojas (1)
Estudios sobre la democracia, el populismo y la utopía socialdemócrata.
Las democracias mueren lentamente. Aun cuando su final sea abrupto, como ocurrió en Chile en septiembre de 1973, o paulatino, como en la Venezuela de Chávez y Maduro, siempre lo precede un largo proceso de deterioro de la amistad cívica y de las instituciones que resguardan el orden social y protegen nuestras libertades fundamentales. La muerte de la democracia acostumbra a empezar subrepticiamente, con hechos que a primera vista pueden parecer nimios, pero que al tolerarse o incluso aplaudirse terminan por desencadenar un espiral de transgresiones al respeto cívico y a la legalidad que normaliza el uso de la violencia, ya sea verbal o física, y conduce a la pérdida de todo sentimiento de comunidad, convirtiendo al país en cuestión en un campo de batalla donde el deceso final de la democracia es sólo una cuestión de tiempo. La fortaleza democrática cae después de un largo asedio interno, que ha ido debilitando sus cimientos y preparando el asalto final.
La muerte de, entre tantas otras, la democracia alemana y la española en la década de 1930 o la chilena en los años 70 o la venezolana recientemente repite, cada una a su manera, un largo ciclo de destrucción de sus fundamentos. En cada caso han existido diversos factores, muchos de ellos externos, así como profundas tensiones sociales, que influenciaron el transcurso de los acontecimientos, pero ello no explica, en sí mismo, el que se hayan desbordado los cauces democráticos. Para ello se requiere la existencia de ideas y voluntades que promueven, amparan o toleran el camino hacia la polarización y la confrontación fratricida. No se trata, en ningún caso, de procesos inexorables por más que a posteriori lo parezcan.
Siempre existieron alternativas que se frustraron y voces que advirtieron acerca del despeñadero hacia el que se estaba marchando, pero que, como las de Casandra y Laocoonte en la tragedia de Troya, fueron desdeñadas o acalladas. La muerte de la democracia nunca es un proceso impersonal. Siempre hay culpables y cómplices, grandes y pequeños, tribunos delirantes y seguidores irresponsables, futuros vencedores o víctimas nada inocentes. Aprender de unos y de otros a fin de detectar y actuar a tiempo contra los destructores de la democracia es nuestro deber permanente o, parafraseando la célebre frase que se le atribuye a Thomas Jefferson refiriéndose a la libertad, el precio de la democracia es nuestra eterna vigilancia.
Hoy, la amenaza antidemocrática ha tomado una forma que la hace aún más insidiosa y difícil de combatir en un estadio temprano: se trata del uso de medios democráticos para destruir la democracia. Como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su reciente libro Cómo mueren las democracias: “Desde el fin de la Guerra Fría, la mayoría de los quiebres democráticos no han sido llevados a cabo por generales y soldados, sino por los mismos gobernantes electos (…) Los retrocesos democráticos de hoy empiezan en las urnas de votación.”
Este cambio de escenografía, del golpe militar o revolucionario, breve, dramático y evidente, al “golpe democrático”, dilatado, difuso y subrepticio, es de la mayor importancia y es vital entender cómo se van destruyendo, paso a paso, los componentes liberales de la democracia, es decir, aquellos que contrarrestan la concentración del poder y su uso ilimitado mediante la protección de las libertades individuales, la autonomía de la sociedad civil y los derechos de las minorías.
Esta nueva situación ha venido a confirmar una predicción realizada por Fareed Zakaria hace ya más de veinte años en su célebre ensayo titulado El auge de la democracia iliberal. A su juicio, los grandes conflictos políticos del siglo XXI no serían, como aquellos del siglo XX, entre democracia y dictadura, sino que tendrían lugar dentro de la democracia, entre la concepción liberal y aquella iliberal de la misma.
El populismo, ya sea de derecha o de izquierda, es hoy el principal exponente de esta amenaza iliberal. Como bien escribió Mario Vargas Llosa en el prólogo a El estallido del populismo:
“El comunismo ya no es el enemigo principal de la democracia liberal –de la libertad–, sino el populismo (…) No se trata de una ideología, sino de una epidemia viral –en el sentido más tóxico de la palabra– que ataca por igual a países desarrollados y atrasados, adoptando para cada caso máscaras diversas, de ultraizquierdismo en el tercer mundo y de derechismo extremista en el primero. El populismo es una degeneración de la democracia, que puede acabar con ella desde dentro.”
En América Latina hemos vivido de cerca el conflicto entre democracia liberal e iliberal, así como el embate del populismo, tal como se ha manifestado en la evolución de Venezuela hacia la autocracia y en los procesos similares actualmente en curso en Bolivia y Nicaragua. En el Ecuador de Rafael Correa y en la Argentina de los Kirchner también se avanzó en esa dirección, aunque hoy, afortunadamente, vemos como se está revirtiendo esa marcha hacia la muerte democrática de la democracia. Sin embargo, la amenaza iliberal puede pronto recibir un nuevo impulso en la región dependiendo del desarrollo político en países tan importantes como Brasil, México, Colombia y Perú. Las profundas fracturas étnicas y sociales, así como la corrupción y la debilidad institucional de América Latina, seguirán siendo un terreno fértil para aventuras electorales que a nombre de las mayorías vuelvan las formas democráticas contra la libertad.
En Chile no han faltado los exponentes de esta forma de volver la democracia contra la democracia. El arsenal argumentativo chavista ha sido movilizado en su conjunto con la finalidad de proponer una refundación del país mediante una asamblea constituyente que elabore una nueva constitución. Su propósito explícito es eliminar todo tipo de cortapisas a la voluntad de una mayoría circunstancial para hacer lo que quiera con el país. Por ello es que se devalúa nuestra democracia, se promueven las formas plebiscitarias, se ataca la existencia del Tribunal Constitucional y se pide la eliminación de los quórums cualificados para la aprobación de ciertas leyes y las reformas constitucionales. Este asedio a la democracia ha amainado temporalmente, pero sin duda volverá a hacerse sentir con fuerza en el futuro. Para ello debemos prepararnos y no hay mejor forma de hacerlo que estudiando los problemas de la democracia y conociendo a fondo las amenazas en su contra.
(1) Del prólogo del libro La democracia asediada: Estudios sobre la democracia, el populismo y la utopía socialdemócrata (Res Publica, Santiago de Chile, julio de 2018).
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