5 de mayo de 2018.
En pocas semanas, hemos pasado de estar al borde de una guerra entre Corea del Norte y sus múltiples enemigos (Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, incluso China, su exaliado) a celebrar los gestos con los que Kim Jong-un pretende, o eso necesitamos creer, una distensión duradera con todos ellos.
Todo empezó cuando Kim, para sorpresa general, hizo saber que estaría dispuesto a participar en los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur. Desde entonces hasta ahora, una vertiginosa sucesión de acontecimientos ha hecho desfilar ante nuestras retinas a la hermana de Kim convertida en vedette política durante aquellas olimpíadas; al propio Kim reuniéndose con su homólogo Moon Jae-in en la zona desmilitarizada que separa ambas entidades políticas, más exactamente en una localidad llamada Panmunjom que la comunidad occidental apenas sabe deletrear, para firmar un documento promisorio; a los portavoces de la surcoreana Casa Azul (y al propio Moon) anunciarnos toda clase de buenas intenciones adicionales por parte de Pyongyang y al propio dictador norcoreano coquetear disforzadamente con la idea de reunirse con Donald Trump, cosa que el mandatario estadounidense ha aceptado con impaciente interés..
Artículo publicado en www.latercera.com 05/05/2018. Leer artículo completo